Por Clément Paule
Traducción: Yessica Lara
Passage au crible n°118
Source : Wikipedia
La primera infección por el virus del Ébola fuera del continente africano se confirmó el 6 de octubre de 2014: una auxiliar de enfermería española habría contraído la enfermedad durante el cuidado de un misionero repatriado en Madrid. Se debe tomar en cuenta que este anuncio se produce pocos días después del diagnóstico de otro caso en los Estados Unidos, un liberiano que llegó a Dallas desde Monrovia. La epidemia, que devastaba hasta este momento principalmente a tres países – Guinea-Conakry, Liberia y Sierra Leona – representa desde entonces una amenaza inmediata, con probabilidad de ser exportada a todo el mundo; sobre todo por las fallas de funcionamiento reveladas en los sistemas de detección y en los procedimientos de cuidado tanto en España como Texas. Tan es así que los medios de comunicación internacionales evocan una psicosis creciente en la población frente a una infección caracterizada por síntomas hemorrágicos intensos y una alta tasa de mortalidad. El 2 de noviembre de 2014, las cifras publicadas por la OMS (Organización Mundial de la Salud) documentaban 4,951 muertes de 13,567 casos localizados principalmente en África Occidental. Entonces es evidente que la gestión de esta crisis de salud se convierte en una cuestión política de alto nivel, incluso para los Estados que no están directamente afectados por el brote.
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> Marco teórico
> Análisis
> Referencias
Identificado en 1976 durante dos brotes ocurridos simultáneamente en la antigua Zaire (280 muertes de 318 casos documentados) y en Sudán, el virus del Ébola pertenece a la familia de los filovirus y se divide en cinco especies diferentes, incluyendo la cepa Zaire causante de la epidemia de 2014. Si los mecanismos de transmisión de esta zoonosis (el reservorio natural son los murciélagos frugívoros) a los seres humanos no se han resuelto completamente, varios episodios de contaminación masiva ocurrieron durante las últimas dos décadas. Citemos la veintena de crisis en Gabón, en la RDC (República Democrática del Congo), en Sudáfrica o incluso en Uganda, dejando cientos de víctimas. La enfermedad (con un período de incubación que puede durar entre dos días y tres semanas) consiste habitualmente de una fiebre hemorrágica aguda alterando la hemostasia y causando inmunosupresión severa, lo que finalmente conduce a un shock mediante una insuficiencia multiorgánica que conduce a la muerte. En la ausencia de un tratamiento o vacuna aprobada, se debe minimizar el riesgo de infección por contacto directo con los fluidos biológicos y los tejidos del individuo infectado.
Según estudios epidemiológicos, la crisis de salud que actualmente enfrenta África Occidental habría comenzado en diciembre de 2013: el paciente cero sería un niño de dos años de edad, quien murió en un pueblo al sureste de Guinea-Conakry, situado no lejos de la frontera con Liberia y Sierra Leona. Sin embargo, hubo que esperar hasta marzo del 2014 para que el virus fuese reconocido cuando ya se empezaba a propagar en Liberia. Después de una breve pausa al final del mes de abril, la contaminación comenzó de nuevo en mayo y se extendió hasta Sierra Leona, Nigeria y Senegal. El 8 de agosto de 2014, la OMS declaró estado de “emergencia a la salud pública con alcance global” y pidió una movilización internacional a gran escala por la intensificación en el número de víctimas y la incapacidad de las autoridades locales.
1. La brutal visibilidad de la crisis. A pesar de varias advertencias poco relevantes sobre el deterioro de la situación sanitaria en África Occidental, el primer caso exportado desencadenó una sobreexposición en los medios de comunicación lo cual condujo a algunos tomadores de decisión a improvisar dispositivos poco adaptados.
2. La instrumentalización riesgosa de un pánico moral. Este concepto ha sido identificado por el sociólogo Stanley Cohen cuando una condición, evento, persona o grupo se designa como una amenaza a los valores e intereses de una sociedad. En este caso, el concepto nos permite comprender una serie de reacciones desproporcionadas o discriminatorias frente a la epidemia.
Si es necesario señalar el carácter inédito de este brote situado en el África Occidental y además en un medio urbano (mientras que los episodios precedentes fueron confinados en áreas de bosque relativamente aisladas de África Central), hay que tomar en cuenta la respuesta tardía imputable a la inercia de la OMS y a una subestimación de la amenaza. Las alertas recurrentes emitidas por MSF (Médicos sin Fronteras) sugirieron el previsible colapso de los sistemas de salud debilitados, en el caso de Liberia y Sierra Leona, por múltiples años de guerras civiles de violencia extrema. Además del déficit comprobado de profesionales – Liberia contaba a principios de 2014 con unos cincuenta médicos por 4,3 millones de habitantes- agravada por los contagios nosocomiales, los Estados afectados se han enfrentado al desafío de su propia población. En Guinea, el personal sanitario reportó en varias ocasiones reacciones de fuga ante el acercamiento de los equipos médicos acusados de propagar el virus: ocho personas que participaban en actividades de sensibilización en el sureste del país incluso fueron asesinados por esta razón a mediados de septiembre de 2014. Además, las medidas improvisadas ante la urgencia por parte de los gobiernos de Liberia y Sierra Leona (militarización de los toques de queda, cuarentenas impuestas en barrios enteros, cremación obligatoria de todo los muertos y cierre de las fronteras) han provocado disturbios en los barrios pobres. Un centro de tratamiento en Monrovia fue atacado en agosto por manifestantes armados rechazando la presencia de los enfermos, provocando la dispersión de los pacientes y el robo de materiales potencialmente contaminados. Estas actitudes de rechazo se inscriben en la historia reciente de sociedades divididas por conflictos intensos que han desacreditado a las autoridades centrales, quienes luchan especialmente para comunicarse racionalmente sobre el riesgo y justificar el control todavía necesarios de los desplazamientos.
Es claro que estos dispositivos, necesarios pero difícilmente aceptadas, son capaces de suministrar efectos adversos en torno a una epidemia cuyo impacto económico podría contarse en cientos de millones de dólares. Si los desequilibrios presupuestales (el aumento abrupto del gasto en salud pública y la disminución de los ingresos fiscales) y la caída de la productividad ya son evidentes, las consecuencias serían sobre todo indirectas de acuerdo con un estudio realizado por el Banco Mundial, que destaca las dinámicas sociales generadas por el fear factor, es decir, el miedo al contagio. Citemos la suspensión del transporte público y el cierre de los lugares de trabajo, la desaceleración en el sector minero (principal motor de crecimiento) y el sector agrícola (en un contexto en el cual la inseguridad alimentaria sigue siendo crónica) lo que resulta en escasez e inflación de precios. Estos trastornos se agravan con la suspensión de conexiones aéreas con los países afectados, decisión tomada por la mayoría de las aerolíneas (Brussels Airlines, Arik Air o British Airways) a pesar de las peticiones de la ONU, lo que complica la entrega de ayuda. En esta lógica, es importante cuestionarse la eficacia de los cierres de fronteras (consideradas como muy porosas) decretados por los Estados de la región y susceptibles de estimular las redes clandestinas que escapan a todo control.
Por su carácter repentino y alarmante, el establecimiento tardío de una agenda frente a las crisis de salud, mantiene un conjunto de prácticas y discursos fundados en el miedo. Tanto que el virus del Ébola ha sido capaz de inspirar, no sólo el género de películas catastróficas (como la película Outbreak (1995) o 28 Days After (2002)), sino también obras literarias como: The Hot Zone, un best-seller de Richard Preston publicado en 1994. La epidemia en África Occidental encuentra así una resonancia particular en la imaginación de muchas sociedades, lo que puede ir en contra de un enfoque que comprenda mecanismos de acción y de transmisión de la enfermedad. Más allá de la esperada aparición de teorías conspiratorias, el problema radica principalmente en la explotación del potencial de pánico moral por parte de los actores políticos como medio para justificar medidas discriminatorias. La crisis se ha convertido así en un desafío ante las elecciones de medio término de los Estados Unidos; varios candidatos republicanos exigen el cierre de fronteras y la puesta en marcha de cuarentenas sistemáticas a la administración Obama cuestionada después del incidente de Dallas. Por otra parte, las decisiones sucesivas, adoptadas por los gobiernos australiano y canadiense (quienes no tienen aún ningún caso en su territorio) de suspender a finales de octubre la expedición de visados de entrada para los ciudadanos de los países afectados, forma parte de esta tentación aislacionista denunciada ante la Commonwealth por el Gobierno de Sierra Leona. Aunque estos dispositivos estigmatizantes ocultan el hecho de que la lucha contra esta epidemia mundial se libra principalmente en el África occidental, cuyo confinamiento parece quimérico y contra productivo. Ante esta amenaza viral, los funcionarios deben ahora deshacerse de la idea según la cual una contención física del brote sería factible en un contexto de intensificación sin precedentes de los flujos internacionales de bienes y personas.
Cohen Stanley, Folk Devils and Moral Panics: The Creation of the Mods and Rockers, MacGibbon & Kee, Londres, 1972.
Site de l’UNMEER (United Nations Mission for Ebola Emergency Response) : http://www.un.org/ebolaresponse/mission.shtml [20 octobre 2014].
World Bank, The Economic Impact of the 2014 Ebola Epidemic: Short and Medium Term Estimates for West Africa, Washington D.C., World Bank Group, 7 oct. 2014, consulté sur le site de la Banque mondiale : http://www.worldbank.org [22 octobre 2014].