Por Élie Landrieu
Traducción Ulises Aquino
Passage au crible n°111
Mientras que del 12 de junio al 13 de julio de 2014 se realiza en Brasil la 20 edición de la Copa del Mundo de futbol, la organización encargada de su organización, la FIFA (Federación Internacional de Futbol Asociación), aparece más descalificada que nunca. En efecto, esta poderosa entidad privada ha llegado a imponer a los países anfitriones condiciones drásticas, con fuertes consecuencias sobre el plano socioeconómico, es decir humano.
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> Marco teórico
> Análisis
> Referencias
La FIFA fue creada el 21 de mayo de 1904 en París por los representantes de asociaciones deportivas de 7 países europeos (Alemania, Dinamarca, España, Francia, Países Bajos, Suecia y Suiza) con el objetivo de regular la práctica de un deporte, la asociación de futbol, entonces en plena expansión. Además de las reglas del juego y el reconocimiento de las federaciones nacionales, esta instancia se fijó como objetivo la organización de su propia competencia internacional.
A pesar de los primeros pasos prometedores y la rápida integración de nuevos miembros, habría que esperar hasta 1930 para ver a la institución organizar, en Uruguay, la primera Copa del Mundo. Pero en un contexto de crisis económica y de recrudecimiento de tensiones internacionales, el evento no conoció el éxito previsto. Faltando a la cita las principales naciones europeas de futbol (Inglaterra, Alemania e Italia), mientras que sólo 13 tomaron parte en el torneo. Por lo tanto, rápidamente el poder político mide el alto aporte simbólico de la competición y el prestigio internacional que puede eliminar. Desde 1934, acogiendo la copa del mundo de la FIFA la Italia de Benito Mussolini se vuelve la vitrina de su supuesto esplendor. Un montaje grandilocuente conjugado con el éxito explosivo del equipo nacional, permite al régimen fascista – en la víspera de la Segunda Guerra Mundial – de reenviar al mundo una imagen glorificada de poder y modernidad.
Sin embargo, debemos esperar la llegada de la televisión para que las sinergias político-económicas alrededor de la competencia tomen toda su dimensión. Difundida en directo por primera vez, la final del mundial disputada en Londres en 1966 y enfrentando el equipo de la reina madre y la Mannschaft de Alemania del Oeste, será seguido por 60 millones de telespectadores. Desde entonces la copa del mundo se convierte en una plataforma de exposición para las marcas comerciales. También, a partir de los años setenta, vemos la instancia deportiva dirigida por el empresario brasileño, Joao Havelange, concluir sus primeros contratos con las grandes compañías Coca-Cola y Adidas, desde entonces aliados indefectibles. La historia de la institución se volverá entonces esa de un irresistible aumento de poder. Adjudicándose la totalidad de los derechos surgidos del torneo cuatrienal (derechos de difusión, derechos de marketing o derechos multimedia), la FIFA registra una progresión constante de sus beneficios. En el periodo 2007-2010, estos alcanzaron por ejemplo 4,200 millones de dólares. Igualmente, la autoridad mundial del futbol no cesa de extender su proyección política llegando a imponer a los Estados condiciones cada vez más estrictas en cuanto a la organización de la competición faro.
La injerencia internacional de una agencia privada. La globalización conlleva una distribución de la autoridad política que consagra el aumento de poder de actores no estatales. Las instancias privadas como la FIFA se imponen en la regulación de sectores transnacionalizados y logran oponerse a, o desviar la acción de los Estados sobre su territorio.
La reconfiguración del poder Estatal. Al hacerlo, estos nuevos actores contribuyen a la transformación de las formas de poder estatal. Vemos aquí como, bajo las órdenes de la FIFA, el gobierno brasileño renuncia al cumplimiento de importantes funciones regulatorias, mientras que fortalece significativamente sus prerrogativas de seguridad.
La copa del mundo confiere a la FIFA un atributo de poder considerable que les permite imponerse como actor autónomo de la escena internacional. Efectivamente, esta institución, contrariamente a las organizaciones intergubernamentales, no dispone de ninguna delegación de soberanía. De hecho, la instancia suprema del futbol no constituye sino una federación de asociaciones deportivas nacionales y, a este respecto, no mantiene vínculos directos con los Estados. Sin embargo, poniéndolos en competencia por la obtención del mundial, llega a imponer condiciones de organización que implican la renuncia a una parte substancial de su independencia. Así, consigue influir en el control sobre las riquezas producidas al interior mismo de sus fronteras. En efecto, para esta edición de la copa del mundo – al igual que para las dos precedentes en Sudáfrica y Alemania – el país anfitrión ha aceptado exonerar fiscalmente las ganancias realizadas por la instancia deportiva y sus aliados comerciales durante toda la duración de la copa del mundo. Por otra parte, la FIFA impuso una serie de medidas favoreciendo la actividad de sus patrocinadores en detrimento de los actores de la economía local. La federación internacional por ejemplo obtuvo de los poderes públicos la implementación alrededor de los estadios, de una zona de exclusividad estrictamente reservada a la venta de las marcas oficiales. Anticipando al Estado en este punto, la autoridad tutelar del futbol parece sin embargo en posición de disponer de una parte sustancial de las ganancias generadas por el evento. Está de más decir que la aptitud del actor estatal de jugar su rol como regulador social se encuentra cuestionada. En estas condiciones, el crecimiento del déficit público engendrado por los gastos consagrados al mundial (11 000 millones de dólares) pone en un fuerte riesgo de comprometer al término la capacidad de los gobiernos para invertir en políticas sociales. De hecho, el ejecutivo previó un programa de reducción de gastos presupuestales que – a pesar de las demandas expresadas por los manifestantes – podrían bien perjudicar al financiamiento de los servicios públicos. De la misma manera, su aptitud de asegurar una regulación democrática se observa comprometida. En efecto, los movimientos sociales muestran que los poderes públicos están dispuestos a pasar por alto los procedimientos de consulta. Sin embargo, si Brasil abdica a una parte no despreciable de su soberanía bajo la presión de la FIFA, no sigue siendo por lo tanto privada. Al contrario, en un acuerdo común con la entidad coordinadora del futbol mundial, refuerza considerablemente sus prerrogativas de seguridad e incrementa a través de ellas su control sobre la población. Así, alegando la organización de la copa del mundo, el gobierno brasileño extiende sus poderes policiacos y judiciales. Recordemos que invirtió cerca de 2000 millones de reales (900 millones de dólares) en material, equipos de vigilancia y tropas de intervención especiales, mientras que las autoridades banalizan el recurso del ejército para manejar las manifestaciones. Paralelamente la ley general de la copa negociada con los representantes de la FIFA, agregó nuevos crímenes y delitos al código penal brasileño. En fin, más preocupante en términos de libertad pública, el congreso examina actualmente un proyecto de la ley antiterrorista fundada sobre una acepción extensa de la noción de terrorismo, comprendiendo notablemente la degradación de bienes y servicios esenciales. Esto puede hacer temer un recurso abusivo contra los manifestantes que perturbasen el desarrollo del mundial. Finalmente, estas evoluciones favorecen un clima de impunidad propio de la exacerbación de las violencias policiacas. Numerosas ONG denuncian a este respecto el aumento de atropellos cometidos por las fuerzas del orden durante las manifestaciones. Condenan los dispositivos ofensivos implementados en la expulsión de habitantes de las favelas próximas a los centros turísticos. Pero sería erróneo visualizar la relación entre el Estado brasileño y la FIFA únicamente sobre el plano de la oposición y de la competencia. De hecho, el órgano rector del futbol logra derrotar el poder público en sus elementos constitutivos como el control de las riquezas, las funciones de redistribución o incluso la regulación democrática. Sin embargo, estas dos instituciones entablan igualmente relaciones de alianza y cooperación. En efecto, encuentran un interés común en el endurecimiento del poder: mientras que la FIFA tiende al mantenimiento del orden para el buen desarrollo de la copa del mundo, el Estado trata por la fuerza los problemas de fondo de los cuales da testimonio la sociedad brasileña, tales como la existencia de favelas o incluso aquellos de las reivindicaciones sociales. Así, parece que este nuevo actor de las relaciones internacionales compite menos a la rendición del poder estatal que a su evolución en materia de seguridad, es decir su “brutalización”.
Laroche Josepha, La Brutalisation du monde. Du retrait des États à la décivilisation, Montréal, Éditions Liber, 2012.
Rosenau James N., Turbulence in World Politics: a Theory of Change and Continuity, Princeton, Princeton University Press, 1990.
Rousseau Juliette, “Villes marchandes et villes rebelles : préparation aux méga-événements et reconfiguration des formes d’exercice du pouvoir au Brésil”, Mouvements, 2014, (2), p. 24-30.
Amnesty international, “Ils utilisent une stratégie le peur”. Le Brésil doit protéger le droit de manifester, 5 juin 2014.