Por André Cartapanis
Traducción: Maricarmen Gonzalez Cisneros
Passage au crible n°47
La crisis de la deuda soberana griega no ha terminado aun. Las incertitudes sobre la amplitud de la exoneración, ahora inevitable, persisten. Dichas incertitudes deberán ser asumidas por sus contrayentes. La reciente aprobación por el Bundestang del nuevo plan de ayuda a Grecia, con una promesa de préstamo de 109 millones de euros permite pronosticar la vía hacia el ajustamiento sin afectar las cuentas públicas des Estado griego. Sin embargo, la amplitud del ajuste presupuestario en funcionamiento – del orden de 10% del PIB griego en dos años – y la brutalidad de la política de deflación salarial, provocaron una recesión sin precedentes después del final de la guerra, lo que se tradujo en una disminución del PIB de 44% en 2010 y de 5% en 2011.
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> Marco teórico
> Análisis
> Referencias
Poco después de la victoria de PASOK (movimiento socialista panhelénico) en las elecciones de octubre de 2009, el nuevo ministro de finanzas griego anuncia la revisión de los montos del déficit presupuestario. Contra los 3,7% previstos al principio del año. El ministro espera un déficit de 12,5% del PIB. Dicho dato será ajustado innumerables veces antes de alcanzar su nivel record de 15,5% en 2009. Es ahí el punto de partida de la crisis del endeudamiento soberano de Grecia. A partir de ese momento, los inversionistas internacionales temen no obtener el reembolso de sus créditos. Los mercados financieros exigen primas de riesgo prohibitivas para continuar comprando la deuda griega, mientras que las agencias de notación contribuyen por su parte, a entretener el pánico degradando la nota de Grecia en los mercados financieros, lo mismo sucede con España e Italia. Desde el otoño del 2009, las fases de crisis intensas que se ligaron, dejaron ver el temor de un defecto de pago, principalmente en la primavera del 2010 y en agosto-septiembre del 2011. Estas últimas, fueron entrecortadas por periodos de irrevocabilidad, ritmados por las prórrogas de los países europeos. Paralelamente, desde finales de 2009, el relance del crecimiento mundial – a ritmo sumamente moderado – condujo a los países de la zona euro a privilegiar la reducción de los déficits públicos, con el objetivo de no dejarse exponer ante la desconfianza de las agencias de notación de los mercados financieros. Hoy el resultado es una disminución de la velocidad de crecimiento que deja entrever una segunda recesión y nuevas crisis de los bancos europeos, sobre todo para los que guardan los importantes portafolios de la deuda griega, española e italiana. Podemos asegurar que la crisis griega se desprende de la dinámica macroeconómica que siguió la crisis financiera en Europa. Esta última sanciona igualmente los efectos de la creación del euro. A medida que la unión monetaria refuerza la heterogeneidad de la euro zona y dentro de la cual los países del Sur, acumularon desequilibrios comerciales y déficits presupuestarios durante todo el año 2000. Como lo mostraba la época antes de la crisis en la que Grecia representaba el arquetipo de este derive, agregando a la situación la inexperiencia presupuestaria y la mentira estadística.
1. Las consecuencias de las crisis bancarias: La historia de las crisis financieras, demuestra que después de una crisis bancaria una contracción de la actividad económica parece casi ineluctable. Ahora bien, esta ultima pesa considerablemente sobre las finanzas publicas por diversos canales; 1). Una baja brutal de las recetas fiscales, 2). Un crecimiento mecánico de los gastos sociales al que se agrega el costo del rescate bancario, 3). Una aumentación discresionaria del déficit presupuestario con el objetivo de ejercer un efecto contracíclico en la actividad económica, 4). Un incremento de los cargos sobre intereses.
2. La propagación de crisis bancarias hasta llegar a una crisis de deuda soberana: En su última publicación consagrado a la historia de las crisis financieras desde hace ocho siglos, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff ponen claramente en relieve este engranaje. En promedio, después del final de la guerra, la deuda pública aumenta de 86% en tres anos, dando lugar a una grave crisis bancaria que golpea a Finlandia en 1991. Dicha crisis se tradujo en un aumento de la deuda pública de cerca de 280%. El saldo presupuestal pasa de +1% en 1990 a -10,8% en 1994. Observamos el mismo fenómeno con la crisis bancaria de Suecia en 1991, en la que se registró el paso de un excedente presupuestal de 3,8% en el año antes de la crisis, a un déficit de 11,6% en 1993. Esta herencia de la crisis bancaria sistémica es naturalmente mucho más dolorosa, ya que la deuda pública ya era demasiado elevada antes de la crisis, lo que posiblemente fue el caso de Grecia, país con un déficit presupuestal de 10% en 2008 y de 15% en 2009. A esto se agregó una gestión desastrosa de la crisis por parte de los países de la zona euro.
Desde el desencadenamiento de la crisis griega, la particularidad de una crisis de la deuda soberana por un país perteneciente a una unión monetaria, apareció claramente a través de una serie de señales: 1). La imposibilidad, en teoría, de llamar a un refinanciamiento monetario del BCE; 2). La dificultad de considerar el recurrir al FMI, imponiendo condiciones en materia de política macroeconómica a uno de los miembros de la zona euro; 3). La profunda resistencia de os otros países miembros a pensar en una falla soberana, a causa del riesgo de contagio entre ellos. 4). La imposibilidad absoluta de utilizar la tasa de cambio y depreciación como arma para aligerar el costo del rigor presupuestal dando un latigazo a las exportaciones. Desde entonces, los órganos dirigentes de la Unión monetaria debieron enfrentarla. Fue lo que hizo la BCE bajo la impulsión decisiva de Jean Claude Trichet –adaptando de forma pragmática su doctrina comprando la deuda griega. Esta política fue retenida, no solamente para evitar un error, sino para prevenir la caída de sus precios frente a la especulación internacional susceptible de provocar una elevación de las tasas de interés de la deuda pública griega.
Por el contrario, del lado de los gobiernos fue un atasco entre las prórrogas y los errores de análisis. Determinados principalmente por consideraciones de política interior o para opciones doctrinales, ciertos países – Alemania a la cabeza –, primeramente rechazaron otorgar a Grecia un préstamo de urgencia estimando muy por debajo de su verdadera capacidad a la economía griega de ajustarse rápidamente a sus cuentas públicas por medio de una política de rigor presupuestario. De la misma manera, reclamaron una reestructuración de la deuda griega, implicando a los inversionistas privados: éstos últimos subestimaron los efectos sobre la liquidez, la solvencia de los bancos europeos o de las instituciones financieras poseedoras de títulos griegos. De cualquier manera tuvieron que ponerse de acuerdo, comprometiéndose con los planes de apoyo, avalando la creación del Fondo europeo de estabilidad financiera. Este cambio se operó al término de titubeos interminables que explicaron la desconfianza de los mercados, no solamente frente a las deudas griega o española sino hacia el euro y la solidez de los bancos europeos. Paralelamente, las políticas presupuestarias privilegiaron, desde el final de 2009, la reducción de los déficits. De esta manera contribuyeron al debilitamiento del crecimiento, tanto dentro de Europa como en su periferia, en España, Italia, y sobre todo Grecia. La crisis de la deuda soberana de Grecia se agravo tanto que la recesión redujo aun más las capacidades de reembolso de la calle gronde de Atenas.
Aglietta Michel, “La longue crise de l’Europe”, Le Monde, 18 mai 2010.
Cartapanis André, “L’intégration inachevée de l’UEM. La crise de la zone euro”, Chaos International, PAC, (25), 12 juin 2010.
Cohen Daniel, “La crise grecque. Leçons pour l’Europe”, Revue économique, 62 (3), mai 2011.
Reinhart Carmen et Kenneth Rogoff, Cette fois, c’est différent. Huit siècles de folies financières, Paris, Pearson, 2010.