Por Hervé Pierre
Traducción : Daniel Del Castillo
Passage au crible n°13
« Debemos tender una mano a todos nuestros compatriotas, en especial a nuestros hermanos decepcionados que no son miembros de Al-Qaeda ni de ninguna otra organización terrorista », declaró Hamid Karzai frente a los delegados de 70 países reunidos en Londres, el 28 de enero de 2010. La opción de la reconciliación, iniciada desde el 2003 por un presidente afgano que ya distinguía a los buenos de los malos talibanes, se convirtió en una prioridad política para Kabul en el 2009. Se espera que esta reorientación estratégica se refleje en la convocatoria, durante la primavera de 2010, de una gran asamblea tradicional (Loya Jirga). También debe favorecer la creación de un fondo de 358 millones de euros, que permitan disuadir a los más pobres de participar en la insurrección.
> Contexto histórico
> Marco teórico
> Análisis
> Referencias
En 1979, la invasión soviética tuvo lugar después de la destitución del presidente Daud, por parte de la insurrección comunista. La invasión provoca el surgimiento de diferentes grupos de resistentes que reciben, por parte de los Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría , un sustancioso amparo. Sin embargo, la relativa unidad de los movimientos de muyahidines no perdura después del repliegue del Ejército Rojo, llevado a cabo desde 1989. La situación rápidamente se torna anárquica y las rivalidades entre los jefes provocan una gran cantidad de víctimas civiles. A partir de 1992, varios estudiantes (taleb) que pretenden restablecer el orden y la justicia, se agrupan en zonas tribales pakistaníes alrededor del mollah Omar. Sus victorias militares se multiplican para culminar en 1996, con la toma de Kabul. El nuevo régimen que no es necesariamente antioccidental en sus orígenes se radicaliza rápidamente al contacto con Ben Laden. Se desarrolla entonces un programa político exclusivamente fundamentado sobre la charía y se favorece por completo a la etnia pachtune.
Dominada por los tayikos, la Alianza del Norte revoca con el soporte brindado por los Estados Unidos al gobierno talibán en el 2001, cuya derrota de Kandahar en el 2002 sella su fin. Desde el 2003, la insurgencia toma progresivamente el relevo. Está compuesta por una multitud de grupos rivales que únicamente comparten la voluntad de resistirse a cualquier forma de injerencia exterior. Las orientaciones de éstos últimos siguen siendo muy diversas, y el pragmatismo de algunos líderes convertidos al movimiento talibán bastante tarde siempre es advertido. En el 2003, The Economist evocaba por primera vez la existencia incluso de un movimiento neo-talibán, para describir aquello que investigadores como Amin Tarzi consideraban entonces como un fenómeno completamente nuevo.
El discurso preformativo, destinado a satanizar al adversario, es paradójicamente útil para los intereses de los dos grupos involucrados en la lucha absoluta. Este discurso no deja por ende lugar para una tercera opción, que buscaría distinguir a los buenos de los malos.
1. El discurso preformativo. J. L. Austin demostró que ciertos discursos no cumplen con una función descriptiva o informativa, sino que más bien constituyen actos por sí mismos. Atribuirles, hoy en día, a los rebeldes afganos el nombre de talibán es suponer que existe una unión de facto entre los grupos combatientes, y que podríamos establecer una relación histórica con el movimiento que dirigió a Afganistán de 1996 al 2001. Además, la fuerte carga emocional del término representa un arma política tan útil para los que reivindican el movimiento, como para aquellos que lo combaten obstinadamente.
2. La satanización. El adversario es percibido como un todo homogéneo, definido negativamente y contrario a otro modelo. Originalmente, este punto de vista simplista y deforme de la realidad, clásicamente analizado por Robert Jervis, tiene tendencia a sobrestimar sus propias referencias, lo que conduce a negar por falta de empatía la pertinencia, incluso la existencia misma de raciocinios diferentes. Limitado a una supuesta esencia, el Otro encarna únicamente la imagen del Enemigo irreductible, catalizador de todos los miedos, angustias y fantasmas.
El proceso de reconciliación, por medio de la reintegración al juego político de una fracción de talibanes, marca una evolución considerable ya que demuestra una observación más profunda de esta insurgencia dividida. Si llegara a concretarse, la política de la mano tendida podría doblar las campanas de los talibanes, tanto en el sentido literal la liquidación de los efectivos combatientes , como en el figurado, con la erradicación de toda unicidad en el discurso. Sin embargo, esta evolución se enfrenta a grandes dificultades.
1. El credo de la guerra contra el terrorismo. El ascenso de una política de reconciliación nacional muestra más la debilidad percibida por todos los actores del terreno afgano , que la fuerza del presidente Karzai. Éste último cuya popularidad y credibilidad bien iniciadas se vieron afectadas por el simulacro que fueron las elecciones democráticas de agosto de 2009 sostiene relaciones muy tensas con el gobierno de Obama. La perspectiva de una drástica reducción de las fuerzas de la Coalición a comienzos de 2011 no le deja más camino que el de reforzar sus propios efectivos. Más que desarmar al dushman (bandido), el ejecutivo afgano pretende sobre todo conquistar un poderío apto para modificar el balance de la fuerza. Dentro de esta misma lógica, la reconciliación por la paz se presenta entonces como un señuelo, un cálculo político del presidente Karzai, dirigido únicamente a fortalecer su posición personal en un contexto de guerra.
Satanizar al adversario justifica el combate, la demanda de fondos y los refuerzos de tropas. Supone igualmente el apoyo incondicional de las opiniones públicas, ya que el enemigo local está conectado a una guerrilla transnacional cuyo cerebro, el mollah Omar, incluso Ben Laden, sería su fundamento. En respuesta a las propuestas del presidente Karzai, la Secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton escogió agitar el espectro del regreso al oscurantismo religioso, prefiriendo asignarle una esencia al talibán, en vez de reconocerle una parte de razón. Buscando defender esta política de proximidad, Hillary Clinton finalmente declaró que « no se hace la paz con sus propios amigos »”. Implicados en una guerra total contra el terrorismo internacional, los Estados Unidos dividen entonces al mundo en dos grupos que se excluyen mutuamente, y no dejan lugar para ninguna tercera opción.
2. El conflicto, como un recurso rentable. A nivel micro, cualquier inadaptado que se ofrezca a portar a bajo costo el calificativo de talibán, obtiene un reconocimiento local que no es comparable con la realidad de su poder. De esta manera, el dushman del valle de Tagab explica su disputa local y oportunista desde una mirada mitológica, que excede su entendimiento. Pero tal postura le procura sostenimiento logístico y una gran repercusión. A nivel macro, los líderes del yihadismo mundial, exiliados en las zonas tribales pakistaníes, catalizan y se apoderan de las diversas formas de violencia social, que luego transforman en un recurso rentable sobre el plano mundial. De allí que las propuestas de Londres sean rechazadas en conjunto por aquellos que hacen de la lucha contra Occidente, una fuente de ingresos. Al respecto, el Consejo de comando de los talibanes claramente indicó, el 28 de enero, que “los intentos del enemigo por comprar a los muyahidines ofreciéndoles dinero y empleos para que abandonen la Yihad eran vanos”.
La solución al problema afgano vía la reconciliación nacional difícilmente logra disimular sus ambigüedades. En efecto, esta política es promovida por deducción, defendida a falta de otra mejor, incluso declinada por todos los protagonistas principales. En lo que a esto concierne, el comunicado final de la conferencia de Londres es muy revelador ya que a pesar de la cantidad de discusiones sobre el tema no menciona sino una vez la palabra misma: reconciliación.
Tarzi Amin, Crews Robert D., The Taliban and The Crisis of Afghanistan, Cambridge, Harvard University Press, 2008.
Austin John, Quand dire, c´est faire, trad., París, Seuil, 1970.
Ledgard Jonathan, « Taking on The Warlords… », The Economist, 22 de mayo de 2003.
Jervis Robert, Perception and Misperception in International Politics, Princeton, Princeton University Press, 1976.