PAC 1 – Un mandato simbólico El Premio Nóbel de Paz otorgado a Barack Obama
Por Josepha Laroche
Traducción : Daniel Del Castillo
Passage au crible n°1
El cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos, Barack Hussein Obama recibió el premio Nóbel de la Paz, por parte del Comité del Nóbel, el viernes 9 de octubre de 2009. Esta decisión sorprendió a un gran número de expertos ya que entre más de doscientas personas nominadas, todos esperaban que ganara más bien el Primer Ministro de Zimbawe, Morgan Tsvangirai, o incluso un militante chino por los Derechos Humanos. Siguiendo al laureado Lech Walesa (1983), numerosas voces se alzaron entonces para recalcar “¡que no ha tenido tiempo de hacer nada!”.
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> Marco teórico
> Análisis
> Referencias
Es la tercera vez que un presidente norteamericano en ejercicio es reconocido por el Premio Nóbel de Paz, desde su creación en 1901. En efecto, en 1906, el Comité noruego otorgó el premio al republicano Theodore Roosevelt (1905-1909), con el fin de reconocer su mediación en la guerra ruso-japonesa de 1905. Años más tarde, en 1919, le tocó el turno al demócrata Thomas Woodrow Wilson (dos mandatos 1913-1921), culminando de esta manera sus esfuerzos a favor de la creación de la Sociedad de Naciones.
Esta atribución pone en evidencia:
1. La formulación de una diplomacia no-estatal por parte de un actor privado, el Comité del Nóbel, y su capacidad de impacto en la arena internacional.
2. La transformación de un recurso simbólico, el premio, en un instrumento político.
Sin querer provocar a nadie, yo diría que es precisamente porque no ha hecho nada (aún), que el presidente Obama recibió el Nóbel de Paz.
Desde su reciente elección, Obama ha dado discursos que básicamente se encuentran en total ruptura con la política de su predecesor, el republicano George W. Bush. Aunque no ha tenido el tiempo necesario para realizar su programa político, desde ya ha reorientado los grandes lineamientos de la política exterior de los Estados Unidos y ha restaurado la imagen de su país en el mundo. Quisiera recalcar los siguientes puntos:
1. Abandonó el proyecto del escudo antimisiles, denunciado por Rusia, que debía a ser desplegado en Polonia.
2. Afirmó su voluntad de luchar contra el calentamiento global.
3. Se pronunció a favor de un diálogo entre las culturas, particularmente con el mundo
musulmán.
4. Finalmente, y más importante aún, indicó que el desarme nuclear en el mundo estaría dentro de sus principales objetivos.
En primer lugar, subrayemos que estos discursos son más que simples discursos. En efecto, en la medida que se trata del presidente de la primera potencia mundial, está claro que es un discurso prestante, es decir palabras dotadas de un poder instituyente, productor de realidad por sí mismo. En otros términos, por el simple hecho que se sostenga este tipo de discurso, se generan efectos prácticos: no es poca cosa. Evidentemente, el Comité del Nóbel tomó particularmente en cuenta este dato.
Por otro lado, hay que entender que la Fundación Nóbel, a través de su sistema de premios, lleva a cabo una diplomacia no-estatal conforme a las disposiciones dejadas por Alfred Nóbel en su testamento. De esta manera, otorgando el conjunto de sus premios, la Fundación no cesa de marcar con su huella la arena internacional y de influenciar la política de los Estados conforme a sus orientaciones. En efecto, desde su creación hace más de un siglo, la Fundación definió un cierto número de prioridades como temáticas internacionales, que debían ser insertadas en la agenda. Éstas abordan 1) la defensa de los Derechos Humanos y 2) ciertas causas políticas a las cuales se busca proporcionar garantía y apoyo, por medio de una política de atribución global a largo plazo.
En este aspecto, recordemos que anteriormente la Fundación incentivó la política de distensión Este/Oeste, a través de laureados como Willy Brandt, Lech Walesa o Mijail Gorbachev. En la misma lógica, se sostuvo la lucha contra el Apartheid y el racismo con premios otorgados respectivamente a John Lutuli, Desmond Tutu, Nelson Mandela y Frederik De Klerk. Por otro lado, la Fundación desarrolló una línea consagrando la protección del medio ambiente con la elección en 2004 de la keniana Wangari Muta Maathai, y después, en 2007, con aquella de Al Gore y del GIEC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre la Evolución del Clima). Finalmente, la Fundación ha trabajado constantemente en promover el desarme en general y el desarme nuclear en particular. Mencionemos al respecto la elección de Joseph Rotblat y del movimiento Pugwash sobre la Ciencia y los Asuntos Mundiales en 1995, mientras que la Agencia Internacional de la Energía Atómica y su director Mohamed El Baradei fueron galardonados con el Nóbel de Paz en el 2005.
Tratándose del presidente Obama, no cabe dudas que el Comité del Nóbel no busca recompensar su política, ni a fortiori honrar su excelente recorrido. Es tan cierto que, cuando se cerraron las candidaturas al premio, Barack Obama solo llevaba once días de presidente. En efecto, con este premio y toda la pompa que le adhiere, el Comité del Nóbel escogió más bien distinguir al presidente norteamericano de los otros jefes de Estado, confiriéndole un aumento de legitimidad mundial. Desde entonces, Obama se volvió el guardián del aura Nóbel y de sus valores. Hoy en día, el presidente Obama lleva consigo un proyecto de universalidad que va más allá de su propia persona. A partir de ahora él encarna la diplomacia Nóbel, en vez de ser simplemente el maestro de obra de la diplomacia norteamericana.
Lejos de tratarse de una decisión políticamente correcta, como pudimos decirlo y escribirlo, esta atribución demuestra al contrario una importante toma de riesgos por parte del Comité noruego. Más que nunca, el Comité compromete todo su prestigio, tanto simbólico como institucional. Este premio deber ser entonces analizado como un mandato simbólico del dispositivo del Nóbel. Debe comprenderse como una inversión, como un telón de fondo simbólico de la política del nuevo jefe de Estado norteamericano. Este premio compromete a Barack Obama: es una manera de tomar sus discursos al pie de la letra y de asignarle un mandato de cumplimento de todo aquello con lo que se ha comprometido.
Laroche Josepha, Les Prix Nobel, Paris, PUF, 2005. Obra agotada que será próximamente reeditada. Fant Kenne, Alfred Nobel, a Biography, New York, Arcade, 1993.
Wade Nicholas, La Course au Nobel, trad., Paris, Messinger, 1981.