Por Josepha Laroche
Traducción Ulises Aquino Jiménez
Passage au crible n°115
Source: Wikipedia
El 10 de octubre de 2014, la Academia sueca acordó el Nobel de literatura al escritor francés Patrick Modiano. Después de J.M.G. Le Clézio, que lo obtuvo en 2008, este autor permite a Francia enorgullecerse así de un 15º trofeo y de continuar siendo hasta ahora – por delante de los Estados Unidos – el Estado más galardonado en esta disciplina, con 13.5% de los ganadores.
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En su testamento establecido el 27 de noviembre de 1985, Alfred Nobel desarrolló un proyecto decididamente cosmopolita, pacifista y humanista. Este documento esencial detallaba las condiciones financieras y los criterios que debían velar después de su muerte la creación de un sistema internacional de premio, propio a ordenar el mundo. Sus dos ejecutores testamentarios debieron sin embargo hacer frente a la familia del magnate que se encontraba desheredada por su voluntad expresa. Reticentes a perder una de las más importantes fortunas mundiales de la época (31 millones de coronas suecas equivalentes a 1.5 millones de euros), ellos se involucraron entonces en un largo procedimiento contencioso al término del cual obtuvieron 1.3 millones de coronas suecas. En contraparte, reconocieron la validez de las disposiciones previstas por el industrial sueco y renunciaban entonces a sus pretensiones financieras para siempre. La fundación Nobel podía así ver la luz y fundar el instrumento de combate a favor del saber y de la paz que el industrial había pedido. En 1901 un sistema de 5 premios (física, química, psicología-medicina paz y literatura) fue finalmente establecido. En 1968, para celebrar el tricentenario del Banco de Suecia, este decidió crear y financiar un premio de economía “En memoria de Alfred Nobel” concedido desde entonces en las mismas condiciones que los otros. Es este dispositivo global el cual resta aún hoy en vigor.
Cualquiera que sea la especialidad honrada, cada premio debe recompensar a aquellos que “hayan entregado los más grandes beneficios a la humanidad” (testamento). Tratándose del premio de literatura, la institución ha dictado a través de los años “las variantes del gusto dominante” sobre el plan internacional. De hecho, su doxa humanista no ha cesado de oscilar desde hace más de un siglo entre dos líneas de fuerzas opuestas pero complementarias: 1) El descubrimiento de un autor; esta conducta busca principalmente alentar la innovación y/o favorecer formas de expresión juzgadas mucho tiempo como ignoradas. El comité ha buscado revelar a artistas poco conocidos fuera de su medio lingüístico o cultural, y a los cuales pocas personas habían hasta entonces tenido acceso. Bajo esta lógica, mencionemos a título de ilustración a Saint-John Perse, (Francia, 1960), Seamus Heaney, (Irlanda, 1995), Wisława Szymborska, (Polonia, 1996) o incluso Mo Yan (China, 2012). 2) La consagración de una notoriedad y de valores confirmados, ya mundialmente reconocidos ante un gran número de lectores, como por ejemplo Thomas Mann (Alemania, 1929) Albert Camus (Francia, 1957), y Jean Paul Sartre (Francia, 1964). En estos casos, el jurado se ha esforzado constantemente en reunir ambos objetivos aparentemente contradictorios fundado sobre una misma línea doctrinal. Como bien lo resume Lars Gyllensten; “el premio no debe coronar los méritos del pasado […] no debe ser un tipo de decoración […] debe constituir una inversión o bien una apuesta sobre el futuro […] que pueda alentar el galardonado”. Dicho de otra manera, el Nobel de literatura tendrá por misión “permitir a un escritor original e innovador de continuar su obra, en un género literario, descuidado hasta entonces pero fecundo, de salir de la obscuridad y de recibir ayuda; en un área cultural o lingüística insuficientemente remarcada, o a otras tentativas y luchas humanas de verse apoyadas por la atribución de la paz”.
1. Una disonancia normativa. Cada año, la atribución de esta distinción da lugar a controversias sin fin – incluso violentas polémicas – tratando sobre la pertinencia de la elección retenida. En efecto, se le reprocha constantemente de no haber designado al “mejor escritor del momento” para retomar la expresión de Lars Gyllenstein quien, a título justo, observa allí “una tarea imposible”. Además, no solamente esta conminación parece fantástica, sino que no corresponde a las directivas explícitamente formuladas por Alfred Nobel. Más modestos, estos no se sitúan sobre el plano, sino únicamente en el registro ético.
2. Una jerarquía de los Estados. Sólo los individuos o las instituciones pueden recibir el Nobel. Esto no ha impedido sin embargo a los Estados a considerar esta distinción como un dispositivo internacional de medida juzgando su nivel científico, su proyección cultural y su estatura política. Le reconocen el poder simbólico de evaluar su poder intelectual y de atribuir un rango más o menos prestigioso: es decir, jerarquizarlos. Así, convertido en un elemento constitutivo de su poder, este título nobiliario juega actualmente como sanción de su política de investigación, de producción cultural y de respeto del bien común. Estamos entonces en presencia de una diplomacia no estatal que influye el juego interestatal.
Desde la creación de los premios en 1901, el prestigio anexo a este sistema internacional de gratificaciones no ha cesado de crecer al punto que los premiados se han convertido, con el paso de los años, sinónimos de excelencia mundial, de ejemplo espiritual y ciudadano. Definidos como personalidades eminentes, constituyen una élite transnacional con propiedades calificadas de excepcionales, tanto sociales como morales e intelectuales, al grado de que les imputan en ocasiones un poder quasi taumatúrgico.
En cuanto al Nobel de literatura, es percibido como un embajador de la riqueza literaria de un país, la mejor marca de la competencia de fuerzas culturales oponiendo a las naciones más aún que los receptores. El malentendido explota sin embargo rápidamente, desde el hecho que conviene pronunciarse a favor de tal o cual personalidad. En efecto, acodar esta recompensa a quienquiera que “haya producido en el ámbito de la literatura, la obra más remarcable en el sentido del idealismo” – siguiendo los propios términos de Alfred Nobel – no implica de ninguna manera gratificar cualidades literarias particulares. Los escritores Sully Prudhomme (Francia, 1901) o incluso Pearl Buck (Estados Unidos, 1938), por mencionar sólo dos ejemplos, ilustran bien esta lógica humanista, poco exigente en cuanto a las contribuciones retenidas. Ciertamente esto no impide al jurado de privilegiar un estilo innovador, un precursor, una empresa pionera, incluso esotérica. Al contrario, este se esfuerza cada año por conciliar estética y doxa humanista. Seguramente, se está trabajando tanto como sea posible para llenar cualquier brecha entre estas dos dimensiones, como lo muestran las atribuciones del premio a Herman Hesse (Suiza, 1946) Willian Faulkner (Estados Unidos, 1949), Ernst Hemingway (Estados Unidos, 1954), Samuel Beckett (Irlanda, 1969), Harold Pinter (Rusia, 2007) y muchos otros.
Hablando de Patrick Modiano, el Comité claramente consagró su marcha reconocida de tiempo atrás y beneficiándose de un gran público siempre fiel año con año. Niño prodigio de la literatura francesa en los años setenta, acumuló rápidamente honores. Desde 1968, cuando no tenía que 23 años, recibió el premio Roger-Nimier y Fénéon por su primera novela La Place de l’Étoile. En 1972, se convierte en el beneficiario más joven del Grand Prix de la novela de la Academia Francesa, por su tercera obra, Les Boulevards de ceinture. Posteriormente en 1979 se le atribuye el Goncourt por Rue des boutiques obscures. Después, las distinciones se multiplicaron tanto nacionales como internacionales. Su universo melancólico enteramente centrado sobre el París de la Segunda Guerra Mundial señala el deber memorial. Testifica la negativa de borrar para siempre el menor rastro de seres anónimos aplastados por la guerra o simplemente por el torbellino de la vida. Dice incansablemente la imperiosa necesidad de explorar un doloroso pasado para calmar mejor las heridas de una ausencia de una identidad incierta. La academia sueca saludó en este trabajo de arqueólogo empedernido realizado por Modiano “el arte de la memoria con la cual él evocó los destinos humanos los más imperceptible y de revelar el mundo de la ocupación”. En otros términos, ha señalado mezza voce la conformidad de su obra al proyecto humanista del industrial, al mismo tiempo siendo exitosos en coronar a un escritor de talento indiscutible.
Este Nobel honra un mundo novelesco, un recorrido solitario y en muchos aspectos atípico. Al mismo tiempo, permite también al Estado francés de prevalecer. Al hacerlo, este último se apropia la gloria de un hombre, la capitaliza y la convierte en recurso político para mantener su rango en la competencia mundial donde todos los actores estatales están condenados a competir.
Laroche Josepha, Les Prix Nobel, sociologie d’une élite transnationale, Montréal, Liber, 2012.
Laroche Josepha, (Éd.), Passage au crible, l’actualité internationale 2009-2010, Paris, L’Harmattan, 2010, pp. 19-22 ; pp. 41-45.
Laroche Josepha, (Éd.), Passage au crible, l’actualité internationale 2011, Paris, L’Harmattan, 2012, pp. 35-38.
Laroche Josepha, (Éd.), Passage au crible, l’actualité internationale 2012, Paris, L’Harmattan, 2013, pp. 47-52.
Laroche Josepha, (Éd.), Passage au crible, l’actualité internationale 2013, Paris, L’Harmattan, 2014, pp. 119-123.
http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/