Por Catherine Wihtol de Wenden
Traducción Ulises Aquino Jiménez
Passage au crible n°95
El drama de Lampedusa, seguido por nuevas llegadas entre Malta y Lampedusa, condujo desde principios de octubre 2013, a nuevas negociaciones internacionales sobre la política migratoria, tanto europea como mundial. Recordemos que 366 personas murieron en Lampedusa en la noche del 3 al 4 de octubre de 2013, en el momento preciso cuando se mantenía en Nueva York el Segundo Diálogo de Alto Nivel sobre las Migraciones y el Desarrollo. Lanzado por Kofi Annan en 2006 para evaluar los progresos del multilateralismo en la gobernanza de las migraciones, esta cumbre ha reunido bajo el auspicio de Naciones Unidas, numerosas OIG y ONG, los países de partida y recepción, expertos y miembros de la sociedad civil que tienen relación con la cuestión migratoria. En respuesta a esta tragedia, Bruselas ha reforzado los poderes de la Agencia Frontex otorgándole más recursos. Al mismo tiempo, una cumbre europea (24-25 de octubre) consagrada al control de la política migratoria, recordaba la necesidad de compartir la carga entre países europeos, carga debido a la llegada de inmigrantes irregulares y demandantes de asilo.
> Contexto histórico
> Marco teórico
> Análisis
> Referencias
No es la primera vez que hablamos de Lampedusa. En su película El Gatopardo, Lucchino Visconti evoca esta antigua posesión de los príncipes de Lampedusa y las vicisitudes de Sicilia pasando, durante el Risorgimiento, de los Borbón en España al reino de Italia. Pero hoy, la isla conoce otros dramas. En efecto, en 20 años contamos alrededor de veinte mil muertos en el Mediterráneo, en el cual Lampedusa ha sido uno de los principales cementerios ya que se encuentra situada al sur, entre el Cabo Bon tunecino y Sicilia, lo que la vuelve particularmente accesible. Sus habitantes se encuentran divididos entre el salvamento en el mar de los naufragios a nombre del derecho del mar – lo cual los mete en infracción con la legislación italiana sancionando la ayuda clandestina – y la necesidad de recibir con los brazos abiertos a los turistas del Norte quienes hoy traen más ingresos que la pesca. Este dilema fue recientemente ilustrado por la película de Emmanuele Crialese, Terraferma. Recordemos entre las situaciones más extremas, el caso de los senegaleses que naufragaron en medio del mediterráneo, agarrados a las jaulas de pesca, que fueron salvados por pescadores tunecinos condenados en Italia en 2008 por ayuda de tipo irregular. Después de haber sido un punto de llegada para aquellos que demandaban asilo y los indocumentados hasta mediados des los años 2000, la isla de Lampedusa había sido menos utilizada para las llegadas, llevados directamente sobre el suelo italiano. Fue con las revoluciones árabes de 2011 que Lampedusa se volvió nuevamente el objetivo de los traficantes y de barcos improvisados, la primavera árabe vio afluir decenas de millares de tunecinos y libios. El periodo estival – y el de los pasos – explica también esta importante afluencia, ya que otras embarcaciones llegaron a los largo de Malta y de Lampedusa después de la catástrofe. Los ocupantes provenían del Cuerno de África (Eritrea y Somalia) y de Siria. Habían viajado durante varios meses, habían sido aprisionados, después habían pagado a los traficantes para llegar hacia eso que ellos considerarían El Dorado europeo, con la esperanza de encontrar asilo y de entrar al mercado de trabajo. Los infantes los acompañaban. Esta situación no es para nada aislada, porque ha habido otras Lampedusa y habrá todavía nuevas situaciones, si la única respuesta europea a las migraciones del mediterráneo continúa siendo el control reforzado de las fronteras. Por otra parte, Frontex, quien patrulla en la región, es considerado por Bruselas como poseedora de medios muy escasos (87 millones de euros). El derecho de asilo no está adaptado a la situación de flujos mixtos en los cuales el tratamiento parece frecuentemente muy lento, como lo hemos visto por ejemplo con el asunto Leonarda, sobrevenido después de cuatro años de procedimiento. En este contexto humanitario delicado, la cumbre de la ONU en Nueva York ha tenido un discurso favorable a la movilidad, fuente del desarrollo humano. Igualmente, ha recomendado asegurar los trayectos de los inmigrantes respetando los derechos humanos. De igual manera, ha apoyado adaptar la mano de obra calificada y no calificada a los mercados de trabajo que tienen necesidad. En fin, ha subrayado los desequilibrios demográficos existentes entre el Norte y el Sur. Podemos en consecuencia, sorprendernos de que la respuesta final haya sido tanto de seguridad como de corto plazo.
Comunitarizada después de 2004, la política europea de migración es definida por los Estados europeos presas del aumento de los sentimientos de seguridad señalados por las encuestas. Así es como la división de la carga entre países europeos en cuanto al recibimiento que acabó con los acuerdos de Dublín II sobre el Asilo[1] se resuelve frecuentemente por una ausencia de solidaridad de los países del norte de Europa con respecto a los países del sur, frente a lo esencial de las llegadas irregulares arribando al sur de Europa. Notemos asimismo que la mayor parte de indocumentados no han entrado a Europa de esta manera: ellos llegaron regularmente y posteriormente han prolongado su estancia. Finalmente, la política europea invita a delegar a los países situados en las fronteras externas de Europa, notablemente sobre la ribera sur del mediterráneo, la responsabilidad de controlar sus fronteras y de filtrar los irregulares. Así, esta función parece menos asiduamente asumida por Túnez y Libia actualmente que bajo el periodo de Ben Ali y Gadafi. ¿Cómo podemos entonces conciliar el discurso internacional sobre las migraciones – así como los resultados de los reportes de expertos, de las organizaciones internacionales, los textos legales – y las respuestas europeas? Para los estados de la Unión que se contentan con una aproximación de seguridad y de una militarización de los controles, este desajuste testifica la incapacidad de hacer aceptar una posición de mediano y largo plazo.
1. Una gobernanza multilateral de las migraciones. No hablamos de las migraciones ni en el G8, ni en el G20 porque la cuestión “molesta”, digamos. Es cierto que ninguna conferencia mundial ha sido sobre las migraciones internacionales, como fue el caso desde 1994 en el cairo (sobre la población), después en Pekín (sobre las mujeres), y en Durban (la lucha contra la discriminación). El tema ha sido sin embargo retirado de los acuerdos de Barcelona sobre el Euromediterráneo (1995-2005) y de la Unión para el Mediterráneo. Por lo tanto, un discurso internacional sobre las migraciones existe bel et bien el cual busca conciliar tres objetivos: 1) asegurar las fronteras, 2) respetar los derechos humanos y 3) hacer fluir la mano de obra necesaria para el mercado de trabajo. Pero la interdependencia del mundo es poco tomada en cuenta en esos análisis, porque factores externos a las migraciones (la gestión de crisis regionales, fijar los precios de las materias primas o la definición de políticas de desarrollo pueden ejercer un impacto particular sobre la entrada en movimiento de las poblaciones. En fin, la crisis actual de gobernanza regional de las migraciones es señalada por la pusilanimidad de la política europea en respuesta al drama de Lampedusa. En lugar de favorecer la circulación para luchar contra la economía del tráfico. La sola respuesta continúa siendo la de reforzar los controles. Está claro que la europeización de políticas migratorias lucha por afirmarse en un contexto del de creciente neo-soveranismo y de imperativos de seguridad. La gobernanza que se presenta se encuentra así en contradicción con la definición de los objetivos mundiales afirmados en Nueva York.
2. La reafirmación del principio de soberanía. En su dimensión globalizada, la cuestión migratoria somete a los Estados nación al desafío de afirmar su soberanía porque las fronteras físicas del planeta no corresponden más a las fronteras políticas de los Estados. La ausencia de gobernanza mundial de las migraciones y la ausencia de definición de derecho de la movilidad como derecho humano señalan la preeminencia del Estado nación en la gestión de los flujos. En efecto, los gobiernos rechazan la movilidad como figura de la globalización porque ellos se sienten como los grandes perdedores de un orden internacional que les escapa más y más. Sin embargo, notemos que ninguna política de disuasión ni ninguna política de retorno, ni siquiera la perspectiva de un mejor desarrollo, no ha mostrado, después de 30 años, eficiencia alguna para manejar las fronteras.
Contamos 25 espacios de libre circulación de personas en el mundo, pero pocos de entre ellos funcionan de manera satisfactoria en razón de los conflictos políticos que enfrentan los Estados miembros. Sin embargo, en un mundo interdependiente, la migración internacional aparece como el factor menos fluido de la globalización. Se trata de un fenómeno estructural, ligado paradójicamente al desarrollo de los países del Sur, más urbanizados, donde la población más escolarizada aspira a un mejor ser que conquista principalmente gracias a la migración. Los países de expulsión impulsan esta movilidad, para exportar la contestación social – la mitad de la población tiene menos de 25 años – y en razón de la transferencia de remesas (400 millones de dólares en 2012 enviados por los migrantes a su país de origen). Todos los trabajos de investigación han mostrado que la tasa de migración tiende a crecer con el nivel económico de los países de expulsión porque las aspiraciones de la población son más grandes y porque los flujos de migrantes cuentan con tasas de calificación más elevadas que los nativos. En resumen, la migración muestra también que las fronteras están abiertas, la gente circula más y se vuelve menos sedentaria; al punto que la movilidad se vuelve finalmente un modo de vida. Es lo que hemos constatado al este de Europa desde la apertura de la Cortina de Hierro. Al sur del mediterráneo, la apertura de las migraciones tiene un número más elevado de categorías de migrantes (contratos de trabajo para los menos cualificados, turistas, estudiantes, emprendedores transnacionales) permitiendo un desarrollo de ambas riberas porque muchos de esos actores son obstaculizados por las dificultades ligadas a las visas. Sin embargo, está claro que no detendremos los flujos migratorios a través de barreras herméticas, simplemente enriqueceremos más a los traficantes.
Wihtol de Wenden Catherine, Le Droit d’émigrer, Paris, CNRS Editions 2013.
Wihtol de Wenden Catherine, Pour accompagner les migrations en méditerranée, Paris, L’Harmattan, 2013.
Note [1]. Conviene recordar que es el primer país europeo donde se consiguió que la demanda de asilo fuera examinada.