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PAC 76 – Malí, de la asistencia al compromiso Las tres trampas del conflicto asimétrico

Por Jean-Jacques Roche

Traducción: Ulises Aquino

Passage au crible n°75

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El 15 de octubre de 2012, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó la resolución 2071 presentada bajo demanda de las autoridades de Malí y con el apoyo de Francia. Ejerciendo presión, los países de África Occidental pidieron precisar las modalidades de una intervención militar en el Norte de Malí, el propio presidente de Francia se comprometió a asistir “materialmente y logísticamente” esta intervención. Tres días antes en Dakar, el presidente francés había excluido toda posibilidad de negociación con los grupos armados “que imponen una ley, la sharia, y que cortan las manos, y que destruyen los monumentos considerados hasta entonces como patrimonio de la humanidad?

Contexto histórico
Marco teórico
Análisis
Referencias

Contexto histórico

África es el último continente que aún está a la medida de Francia, a su alcance, el único continente donde con trescientos hombres Francia puede cambiar todavía el curso de la historia”. Esta cita de Louis de Guiringaud, antiguo ministro de Asuntos Exteriores de Valery Giscard d’Estaing, es tan frecuentemente retomada como la afirmación según la cual “el tiempo de Francia-África ha terminado” (François Hollande, discurso de Dakar del 12 de octubre 2012). Como todos sus predecesores, François Hollande se siente obligado a afirmar a principio de su mandato su determinación para terminar con las prácticas postcoloniales. Como François Mitterrand, que destituyó a finales de 1982 al ministro de cooperación inicialmente encargado de llevar a cabo esta ruptura (Jean-Pierre Cot), François Hollande inicia clásicamente su mandato estableciendo las bases de una nueva relación pero sin que eso modifique el objetivo fundamental de asegurar la continuidad de la presencia francesa en África. De la misma manera que durante el tiempo de François Mitterrand, la “voluntad de renovar (la) colaboración entre Francia y África” (discurso de Dakar del 12 de octubre 2012) va a la par de la afirmación de que “Francia no sería completamente ella misma ante los ojos del mundo si renunciara a estar presente en África” (F. Mitterrand, XVIII conferencia de jefes de Estado de Francia en África, 8 de noviembre de 1994). Ciertamente esta presencia en África ha cambiado de forma y el tiempo de los acuerdos secretos de defensa ha sido revolucionado. Por lo tanto, Francia se considera siempre garante de la seguridad de los Estados bajo su influencia y no hay presidente de la Quinta República que no haya estado asociado a dos o tres intervenciones armadas en los antiguos territorios de la Unión Francesa. Sin embargo es necesario remarcar que, François Hollande es más rápido que cualquiera de sus predecesores en autorizar una intervención sobre suelo africano. Valery Giscard d’Estaing en efecto lanzó la operación Lamentin en Mauritania en 1977, tres años después de su llegada al poder. En cuanto a François Mitterrand, él intervino por primera vez en Chad, más de dos años después de su entrada al Elíseo (operación Manta de agosto 1983). Por su parte, Jacques Chirac autorizó la operación Aramis en Camerún en febrero 1996, nueve meses después de su elección. Finalmente, Nicolas Sarkozy decidió la intervención en la batalla de Yamena en febrero 2008 (igualmente nueve meses después de su elección) tanto para apoyar el régimen de Idriss Déby como para organizar la evacuación de los ciudadanos europeos de la capital de Chad.

Marco teórico

Aunque hoy está descartado que soldados franceses puedan participar en esta operación – nos demandamos ¿cómo serán garantizados el apoyo y la logística? – la pregunta sigue siendo si es posible concebir una guerra que continúe siendo limitada para Francia mientras que sus adversarios establecerán inevitablemente una guerra total. En otros términos, ¿la perspectiva clausewitziana de la guerra total está superada? Los nuevos cuestionamientos a la guerra de Clausewitz no aparecieron en los años post Guerra Fría. Para convencerse es suficiente regresar a los debates de los años 60 y 70 sobre el impacto de lo nuclear en una época en la cual la doctrina Malenkov excluía la posibilidad de recurrir a la guerra entre actores que poseían armas nucleares. Ya en esta época nos podíamos preguntar si los riesgos conceptuales de “ llegar a los extremos » no volvían caduco el marco de Clausewitz mientras que la sola guerra posible debía ser empujada a la periferia del sistema estratégico central. La literatura que desde 1990 ha retomado este tema debe entonces, a pesar de su interés, ser abordada conservando de manera central el carácter recurrente de este cuestionamiento.

En 1991 apareció La Transformación de la Guerra de Martin Van Creveld. Para el historiador israelí, la trinidad de Clausewitz (personas, armas, gobierno) había dejado de funcionar, pero los ejércitos occidentales continuaban queriendo considerar a sus adversarios a su imagen (mirror image) lo que los condenaba a considerarlos como salvajes. Yendo aún más lejos en el distanciamiento con el análisis de Clausewitz, John Keegan consideraba en 1993 en su History of Warfare que el hombre no es de ningún modo un animal político razonable ya que la guerra revela ante todo sus instintos. Desde una perspectiva más socio-económica, Mary Kaldor analizaba en 1999 las nuevas guerras (New and Old War, 1999) bajo un ángulo de triple ruptura. En primer lugar, su objetivo apunta a asegurar la movilización política sobre la base de las identidades. En segundo término, el terror y la violación masiva de los derechos humanos reemplaza las tácticas convencionales. Finalmente, los actores son al mismo tiempo globales y locales, públicos y privados e interactúan a escala mundial. El éxito de las reediciones (en 2005 en Estados Unidos y en 2008 en Francia) de Galula, teórico francés de la contra insurrección se inscribe en este conjunto de cuestionamientos sobre el análisis de Clausewitz, la contra insurrección busca asegurarse la victoria ganando “ los corazones y los espíritus », mostrándose mesurados en el uso de la fuerza.

Análisis

La actual puesta en duda de la contra insurrección – lo que se traducirá inevitablemente por el abandono programado del concepto de “guerra asimétrica” – se explica por las tres trampas que están relacionadas con la noción de “guerra limitada”.

En primer lugar, la guerra es una prueba de voluntad. Las dos partes comprometidas en este tipo de conflicto no son animadas por el mismo deseo de vencer. Paradójicamente, la asimetría de medios juega en favor del más débil que se beneficia de la asimetría de voluntades. Amenazado de perderlo todo, él se ve envuelto en una “guerra total” como la razón más fuerte en términos de “guerra limitada”. Así, “es el adversario el que hace la ley del otro” (Clausewitz), se entiende en consecuencia que el más fuerte – que duda ante todo llegar a los extremos – repudiará conformarse con esta regla inmutable de la guerra que determina un vencedor y un vencido.

Esta renuencia precipita entonces el segundo engaño teorizado por Mao: “la certeza del éxito de los estados fuertes los empuja a la escalada para alcanzar los objetivos bajo el riesgo de perder poblaciones o incluso parecer incompetentes”. Dado que el más débil dicta su ley al más fuerte, este último está fatalmente inmiscuido en una guerra que no es capaz de ganar. Para los ejércitos regulares, la violencia debe en efecto ser enmarcada por el jus in bello. A la inversa, las fuerzas irregulares buscan usar pocos de sus soldados y se sirven de la población civil como escudo. Por ejemplo, ellos los secuestran para forzar al adversario a la culpa. Pudiendo aceptar pérdidas no consideradas, las fuerzas rebeldes condenan a sus adversarios a la defensiva que es, lo mejor, el medio de no perder, pero que no da ninguna garantía de ganar. Finalmente, los objetivos de guerra de las fuerzas implicadas no son idénticos. Como lo constataba Raymond Aron, el más fuerte “tiene la voluntad de vencer, la parte rebelde de no dejarse eliminar o exterminar […] basta a los rebeldes de no perder militarmente para ganar políticamente”. Por lo tanto, se abre una guerra de desgaste que raramente se vuelve en favor de los ejércitos regulares cuando, cansados por las expediciones tanto lejanas como costosas, las opiniones públicas imponen un retiro sin gloria, ni victoria.

Como lo indica el autor, De la Guerra, “no sabríamos introducir un principio moderador en la filosofía de la guerra sin cometer un absurdo”. Los autores de los “horrores actuales” (discurso de Dakar del 12 de octubre 2012) y otros rebeldes, terroristas e insurgentes, piratas y asociados (nombres tomados del vocabulario colonial) tendrán como objetivo demostrar ya sea la inhumanidad o la irresolución de sus adversarios. Entre esos dos males, nosotros no podemos actualmente hacer otra cosa que elegir la segunda (lo absurdo de Clausewitz), lo que augura un mal al compromiso en preparación.

Referencias

Keegan John, Histoire de la Guerre : du Néolithique à la Guerre du Golfe, Paris, Dagorno, 1996, 497 p.
Kaldor Mary, New and Old Wars – Organized Violence in a Global Era, Stanford University Press, 2007, 2° éd., 231 p.
Van Creveld Martin, La Transformation de la Guerre, Editions du Rocher, 1998, 318 p.