Por Alexandre Bohas
Traducción: Ulises Aquino
Passage au crible n°63
Qatar aparece regularmente en los encabezados de periódicos por sus adquisiciones de obras de arte. Consciente de los limitados recursos que posee su suelo, la familia reinante ha invertido en el extranjero. Esto ayuda a entender su participación en el área artística, usualmente vista como azarosa e improductiva.
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> Referencias
En virtud del alza de precios de los hidrocarburos y de la crisis financiera, la pequeña monarquía de Qatar ha realizado diversas inversiones en diferentes áreas de la economía mundial. Actualmente poseen instituciones de turismo de lujo como el Carlton, el Royal Monceau, Harrods o el Hotel Savoy. Asimismo, cuenta con participaciones minoritarias en multinacionales francesas – como Vinci, Lagardère, Vivendi, Total, LVMH, Suez Environnement – y europeas en general por ejemplo, Volkswagen, Porsche o Barclays.
Además de estos activos, igualmente ha comprado pinturas de renombrados maestros, lo que le ha permitido posicionarse a la cabeza de la clasificación 2011 de los más grandes inversores en el mercado del arte. Se estima que en siete años las exportaciones de Estados Unidos a Qatar en este sector han alcanzado los 428 millones de dólares. Por ejemplo, en 2009, este emirato adquirió los Rothko del financiero Ezra Merkin por 310 millones de dólares y sólo dos años después los de la colección Rockefeller. También se ha asegurado, por 45 millones de euros, la donación de Claude Berri que originalmente estaba destinada a Francia. Para exponer sus obras, ha hecho un llamado a los arquitectos más reconocidos a nivel internacional. Así, el Museo Nacional de Qatar fue concebido por Jean Nouvel. En cuanto al Museo de Arte Islámico, inaugurado en 2008, fue diseñado por el chino-estadounidense Pei y el de Arte Moderno por Jean François Bodin.
La sociedad anárquica de lo internacional. Ya que la anarquía caracteriza la esfera internacional, este estado puede adoptar diferentes formas. En efecto, se encuentra moldeado por factores ideológicos y materiales de tal suerte que se asemeja a una “sociedad internacional” (Hedley Bull) y no a la guerra permanente que describen los realistas. Sus miembros son conducidos a mantener relaciones de cooperación, a participar de las instituciones y a interiorizar los valores comunes como la lealtad y el reconocimiento mutuo.
El poder paradójico de los estados pequeños. Estos últimos son a menudo menospreciados por los internacionalistas y las teorías concernientes los limitan a una diplomacia que observa la promoción de normas, de la paz y de las operaciones humanitarias (Christine Ingebritsen). Mientras tanto, en los últimos años hemos presenciado la relativa decadencia de los grandes poderes. En contraste, los “liliputienses” estatales (Robert Keohane) parecen haberse beneficiado de la globalización marcada por una intensificación de las relaciones y un auge de los actores transnacionales. Bajo esta configuración, varios de ellos aparecen a la vanguardia concentrando enormes capitales y posicionándose como paso forzoso de flujos financieros, culturales, comerciales y humanos.
Gracias a las rápidas mutaciones del capitalismo y del orden mundial, las observaciones de Katzenstein sobre la adaptación y la resistencia de los Estados pequeños se confirman. De hecho la globalización ha intensificado la competencia intersectorial, provocando la formación de las economías mundiales y la concentración de riquezas. Además, el poder ya no reside simplemente en el manejo de factores productivos y distributivos que aseguran una independencia, sino una autonomía, de los Estados-nación. Por el contrario, él proviene principalmente de la autoridad y la proyección resultante de poseer uno o varios de estos polos de atracción mundiales. Dicho de otra forma, no se trata de retirarse del juego internacional, sino de encontrar una posición privilegiada. Por ejemplo, si Estados Unidos mantiene actualmente una primacía estructural, es también gracias a la posición central que ocupa Hollywood en el sector cinematográfico, Wall Street en las finanzas mundiales y Silicon Valley en el sector de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación.
En un mundo fragmentado y ordenado en archipiélagos, los países de tamaño reducido se muestran dispuestos a especializarse en un campo específico. Por esto, algunos de ellos cómo Qatar, conocen un auge espectacular. Al igual que Singapur o los paraísos fiscales, Qatar ahora está buscando especializarse en el mundo del conocimiento y las bellas artes. Estos últimos le deben permitir lograr el reconocimiento mundial, compitiendo contra vecinos amenazadores como Arabia Saudita o Irán. Ellos deben contribuir al desarrollo de un territorio que obtiene la mayor parte de sus recursos de la industria del gas. Recordemos que Qatar ha creado en 1996 la célebre cadena de televisión Al-Jazeera que se ha impuesto en el panorama audiovisual. Asimismo, la monarquía ha recibido a artistas refugiados de Iraq, al tiempo que sus dirigentes se revelan como grandes coleccionistas de arte. Por otra parte, ha atraído numerosas universidades como las estadounidenses Georgetown, Northwestern, Carnegie, y Cornell, la europea Stenden y las canadienses de Calgary y North Atlantic, las cuales se han establecido en el país ofreciendo cursos completos. Esta estrategia se asemeja a la de Abu Dhabi que se ha dado a la tarea de construir sucursales del Louvre y del Guggenheim después de haber abierto los campus de Paris-Sorbonne Abou Dhabi, del HEC, de New York University e incluso de Saint Joseph de Beyrouth.
Finalmente, esta política de grandeza cultural demuestra perfectamente que el poder no se reduce únicamente a las capacidades y recursos geoestratégicos. En este caso, es el resultado de transformaciones internacionales que crean oportunidades para algunos actores menospreciados hasta el momento. Poseedores de un gobierno autónomo y formalmente soberano – a causa de su carácter estatal – atraen a actores no estatales como las empresas, constituyéndose como centros atractivos de la globalización.
“A Smithsonian in the Sand”, The Economist, 29 Dec. 2010.
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