Por André Cartapanis
Traducción : Daniel Del Castillo
Passage au crible n°25
Desde el comienzo de la crisis de las finanzas públicas en Grecia, las controversias se multiplican en Europa. ¿Hay que poner en marchar una política de solidaridad financiera a favor de los malos estudiantes de la Unión, que adopte la forma de un plan de rescate del orden de 750 mil millones de euros; disposición vinculada a una política de reajuste de una amplitud considerable, en Grecia, pero también a escala de la zona euro en su totalidad? ¿Se deben introducir a partir de ahora normas presupuestales mucho más drásticas, con el fin de evitar la repetición de un panorama catastrófico, o al contrario, debemos alistarnos para la disolución de la Unión Monetaria?
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En 1999, la creación de la moneda única tenía en primer lugar, la ambición de ponerle fin a las repetitivas crisis que golpeaban a la economía europea e impedían su crecimiento. A partir del momento en el que la liberación de los movimientos de capitales fue intervenida en el centro mismo de la Unión Europea (UE), y las tasas de cambio fijas debían regir el mercado único, la multiplicidad de las políticas monetarias se volvió imposible, salvo para originar repetidas crisis en los mercados de cambio. La creación del euro debía entonces garantizar una mayor eficacia de la Política monetaria en materia de lucha contra la inflación, gracias a la credibilidad de un Banco Central Europeo (BCE) independiente. Esta institución estaba encargada de la estabilidad de los precios y el respeto del Pacto de estabilidad y crecimiento económico, en las áreas de déficits presupuestales o deuda pública. Además, el euro debía ofrecer márgenes de maniobra superiores al suprimir las obligaciones de los balances financieros y las distorsiones del cambio monetario en el interior de la zona euro. Esta nueva divisa debía igualmente reducir la sensibilidad a las fluctuaciones de las tasas de cambio en relación a las otras monedas, particularmente al dólar. Sin embargo, se desestimaron de manera considerable las dificultades de manejo macroeconómico que podían ser inducidas por la moneda única en el núcleo excesivamente heterogéneo del espacio europeo, ya que la UEM no constituía una zona monetaria óptima.
1. Zona monetaria óptima. En teoría, para funcionar correctamente, una unión monetaria debe responder a una serie de criterios macroeconómicos movilidad perfecta de los factores y del trabajo en particular, federalismo presupuestal, convergencias nominales con el fin de resistir los choques asimétricos, es decir los choques propios a cualquier miembro de la Unión, teniendo en cuenta la Política monetaria única y la imposibilidad de acudir a los reajustes de las tasas de cambio a nivel intra-europeo. Frente a las inquietudes expresadas por los defensores del estricto respecto de los criterios ex ante propios a una zona monetaria óptima, algunos insistieron en el efecto colateral que podía ejercer la membrecía a la zona euro, en las características de cada Estado miembro. De esta manera, se facilitaría, ex post, el funcionamiento macroeconómico de la zona.
El desarrollo del comercio intra-europeo y la integración financiera, respaldada por la integración monetaria, debían culminar en una sincronización importante de los ciclos, así como una igualdad de los niveles de consumo, gracias al refuerzo del subsidio europeo al ahorro. Pero esta argumento parece ahora, demasiado optimista. Al contrario, la década del 2000 se caracterizó por una diferencia neta entre las trayectorias de crecimiento recorridas por varias economías de la zona; a pesar de que la heterogeneidad ya era de por sí importante desde la creación del euro.
2. Heterogeneidad de la zona euro. La permanencia de todo un conjunto de heterogeneidades en el núcleo de la zona euro regímenes de crecimiento más o menos ligados al endeudamiento de los hogares o los Estados, desfases fiscales, diferenciación de los sistemas de protección social, tipos de especializaciones internacionales no representa, como tal, un obstáculo para el funcionamiento eficaz de la UEM. El hecho de que subsistan diferencias entre los costos salariales o diferencias en cuanto al modo de especialización parece, al contrario, inducir a una mayor eficiencia en la asignación de los factores. En todo caso, se supone que estas diferenciaciones no se acompañan de desequilibrios macroeconómicos duraderos – en materia de crecimiento, desempleo o endeudamiento -, que vuelven insostenible la configuración. No obstante, desde hace diez años, ni la Política monetaria de la BCE, ni la coordinación por las bajas instancias de las políticas presupuestales, impuesta por el Pacto de estabilidad, han sabido responder a las trayectorias específicas de las economías de la zona euro. Por el contrario, éstas políticas fueron sancionadas por los desequilibrios macroeconómicos recurrentes de los países miembros. Finalmente, las economías europeas se vieron debilitadas por la mediocridad de las capacidades globales, en términos de crecimiento o de desempleo. Naturalmente, la crisis mundial agravó este proceso.
Desde mediados de los años 2000, la heterogeneidad de la zona euro se manifiesta en el hecho que sus capacidades de exportación son fuertemente divergentes, incluso en el mercado interno de la Unión. Se refleja tanto en la evolución de los costos salariales unitarios y en la tasa de endeudamiento de los hogares, como en aquella de los Estados. Conjuntamente con las heterogeneidades pre-existentes, estos choques de oferta o demanda acentuaron las distorsiones internas, sin que políticas de reajuste pudieran ser llevadas a cabo a escala de la UE. Las reglas e instituciones de la gobernanza económica de la zona euro, indudablemente adaptadas a los choques cíclicos de menor amplitud, no pudieron en consecuencia responder de manera eficaz a las dinámicas macroeconómicas y estructurales divergentes, sobre todo frente a la política alemana de restricción salarial.
Con los Tratados de Maastricht y Ámsterdam, los Gobiernos europeos se quedaron en una encrucijada en materia monetaria. En efecto, éstos han ido ya sea muy lejos, al crear una moneda única en el centro de un espacio económico que no se presta para llevar a cabo una política monetaria dedicada casi exclusivamente al objetivo de la estabilidad económica, o bien, no han ido suficientemente lejos en la vía de la integración de las políticas económicas a nivel europeo.
Hay que entender que la Unión monetaria no se puede reducir a una simple técnica que optimizaría el uso de los instrumentos de la Política económica y reduciría las disfunciones provocadas por la inestabilidad de las tasas de cambio. Para muchos como Jacques Delors la UEM representaba un proyecto político que permitía alcanzar una profundización de la integración económica y política en Europa. No obstante, la crisis de la zona euro, así como los desafíos de la globalización y el nuevo crecimiento después de la crisis, convierten a la UEM en una necesidad. Por lo tanto, es urgente construir un nuevo modelo de Unión monetaria europea.
Beetsma Roel, Massimo Giuliodori, “The Macroeconomic Costs and Benefits of the EMU and other Monetary Unions: An Overview of Recent Research”, Journal of Economic Literature, 2010, (forthcoming).
Cartapanis André (Éd.), “Les enseignements d’une décennie d’euro”, Numéro spécial de la Revue d’Économie Politique, 120 (2), mars-avril 2010.
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Mackowiak Bartosz, Francesco Paolo Mongelli, Gilles Noblet, Frank Smets, (Ed.), The Euro at Ten – Lessons and Challenges, European Central Bank, Frankfurt, 2009.