Por Clément Paule
Traducción: Duly Albarracín
Passage au crible n° 149
La victoria de Donald Trump en las presidenciales estadounidenses de 2016 marca el fin de una justa electoral particularmente dura y conflictiva. En el presente caso, la campaña de su rival Hillary Clinton estuvo viciada de numerosas controversias, comenzando por el asunto de los e-mails – el uso de un servidor de mensajería privado mientras dirigía el Departamento de Estado –. Impulsado por pirateos informáticos que habían sido dirigidos al DNC (Demoratic National Committee) y por allegados a la candidata demócrata, el portal WikiLeaks publicó miles de documentos durante el verano de 2016. Estas filtraciones alimentaron las polémicas sobre la Fundación Clinton – que pasó a ser, en 2013, la Bill, Hillary and Chelsea Clinton Foundation –, de la cual el ala republicana estigmatizó los mét0dos de recolección de fondos. Ahora bien, tales reservas habían sido formuladas desde 2008, en tanto Hillary Clinton se disponía a ocupar el cargo de Secretaria de Estado en el seno de la administración Obama. A pesar de la firma previa de un memorándum de entendimiento para prevenir cualquier conflicto de intereses, la ex senadora de Nueva York había evolucionado, durante cuatro años, a una configuración inédita de poder. En estas condiciones, la fundación fue citada en muchos procedimientos y también fue objeto de investigaciones del FBI (Federal Bureau of Investigation) según el Wall Street Journal.
> Contexto histo´rico
> Marco teo´rico
> Ana´lisis
> Referencias
Contexto historico
Creado jurídicamente en 1997 para gestionar la edificación de un museo en Arkansas, este organismo filantrópico está estrechamente ligado a la trayectoria post-presidencial de Bill Clinton. En enero de 2001, este último dejaba la Casa Blanca luego de un segundo mandato alterado por el escándalo Lewinsky. Desde entonces, el antiguo jefe de Estado se esforzó en rehabilitar su imagen mediante una actividad pública intensa. Paralelamente al apoyo a la carrera de su esposa, cabe mencionar su implicación en la respuesta humanitaria en Aceh – destruida por el tsunami del 26 de diciembre de 2004 – o en la reconstrucción de Nueva Orleans, luego del paso del huracán Katrina. Estos compromisos múltiples se soportan en la movilización constante de un círculo de adeptos que agrupa jóvenes colaboradores – como Laura Graham y Douglas Band – y de asesores de larga data al igual que Bruce Lindsey o Ira Magaziner. Estos animaron tanto el desarrollo de la Fundación Clinton que no tardaron en transformarla en una marca de envergadura mundial.
Lo anterior lo demuestra el lanzamiento, en septiembre de 2005, de la CGI (Clinton Global Initiative), vitrina de la institución. Cada año, Bill Clinton preside esta reunión de líderes internacionales –dirigentes nacionales, artistas y empresarios– al margen de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Muy preciado en los medios, este encuentro –cuyo acceso aún resulta muy oneroso– permite consolidar una red poderosa de donantes. Dentro de esta última figuran gobiernos –desde Arabia Saudita hasta Noruega –, pero también millonarios – como Carlos Slim, Rupert Murdoch o Denis O’Brien – y estrellas hollywoodenses. Los miembros de la CGI son invitados a participar en iniciativas combinando ingeniería social y racionalidad mercantil. Con respecto a esto, el crecimiento fulgurante de la Fundación Clinton puede ser medido en función de sus recursos humanos –más de dos mil empleados en una treintena de países en 2016 – y financieros. Una investigación reciente del Washington Post estimaba que las contribuciones recibidas entre 2001 y 2015 se elevan a dos mil millones de dólares, siendo 262 millones el estimado sólo para el año 2013.
Marco teo´rico
1. Una coalición filantrópica construida sobre el capital político de los Clinton. La fundación parece operar como intermediaria –broker– entre distintos universos: los medios de asuntos internacionales, el sistema de la ONU, la arena diplomática, la farándula, o aun, el sector no lucrativo. En esta lógica, se trata de promover proyectos caritativos a la vez rentables y visibles, cuyo éxito deseado beneficie a cambio la notoriedad de la dinastía Clinton.
2. La falta de transparencia de un solapamiento estructural. La diferenciación de posiciones – y, sobre todo, la distinción entre lo público y lo privado – parece desvanecerse al interior de este circuito de obligaciones o se intercambian bienes materiales y simbólicos. Mantenida en todos los niveles, esta ambivalencia concentra las sospechas mientras que se precisan las ambiciones presidenciales de Hillary Clinton.
Ana´lisis
Nótese que la Fundación Clinton actúa tanto en los Estados Unidos como en el mundo, según temáticas muy diversas que incluyen la salud pública, los derechos de las mujeres y la lucha contra el calentamiento global. Estas obligaciones están menguadas dentro de una constelación de programas autónomos, como la CHAI (Clinton Health Access Initiative). Adoptando la teoría del smart power promovida por Hillary Clinton en el Departamento de Estado, la organización reivindica un planteamiento fundado en la innovación, la flexibilidad y los resultados obtenidos. Al contrario de las prácticas tradicionales, la fundación financia poco a otros actores y desatiende las actividades operacionales, privilegiando la negociación previa a convenios, principalmente con firmas transnacionales. Esto hasta el punto de que un artículo del New York Times la describe como una compañía global de consulting sin ánimo de lucro, al explorar nuevos mercados en los países del Sur por cuenta de su red de donantes. Entre sus logros innegables cabe resaltar la fuerte baja en el precio de ciertos tratamientos médicos – a modo de ejemplo, los antirretrovirales en Ruanda – por vía de acuerdos que aseguran controles conjuntos regulares a los laboratorios farmacéuticos. Sin embargo, estos métodos han enfrentado grandes fracasos, como lo muestran los esfuerzos realizados en Haití –en particular, el parque industrial de Caracol – después del sismo del 12 de enero de 2010. Más allá de este balance atenuado, la entidad filantrópica suscita tantas aprensiones en tanto Hillary Clinton dirigió la política exterior de Estados Unidos entre 2009 y 2013. Numerosos columnistas señalaron el riesgo de un acceso a un gobierno a la carta – pay-to-play –, duplicando los canales tradicionales de lobbying institucional. Algunas sumas recibidas por la Fundación Clinton no habrían sido declaradas al Departamento de Estado, entre ellas, medio millón de dólares que el gobierno argelino había destinado a la emergencia humanitaria en Haití. Por otro lado, cabe señalar que ciertos medios se cuestionan acerca de las operaciones comerciales de un donante mayor de la CGI, el millonario canadiense Frank Giustra. Más aún, el banco suizo UBS habría incrementado significativamente sus contribuciones al organismo caritativo tras el arreglo de su litigio con el fisco estadounidense –el IRS (Internal Revenue Service) – bajo las auspicias de Hillary Clinton. Muchos elementos fueron retomados, al acercarse la elección presidencial de 2016, por el Wall Street Journal o por el portal ultraconservador Breitbart News, en la elaboración de un libro a cargo del primero titulado Clinton Cash. Aparte de las sospechas de enriquecimiento personal –las conferencias remuneradas habrían registrado varias decenas de millones de dólares a la familia Clinton–, esta ofensiva partidista pretende describir un sistema elitista de corrupción en el más alto nivel del Estado federal.
Frente a estas alegaciones, la fundación se ha conformado con afirmar su apoliticismo mientras que sus defensores, como el economista Paul Krugman, estigmatizan un ensañamiento ideológico contra personalidades muy expuestas. Si bien se debe constatar que ninguna prueba irrefutable –smoking gun– ha sido aportada hasta el momento, las tensiones internas en la organización parecen, no obstante, perpetuar un déficit crónico de transparencia. A partir de 2011, el ascenso de Chelsea Clinton en el seno de la institución ha encontrado la resistencia de ciertos colaboradores históricos como Douglas Band, iniciador de la CGI. Este último sería acusado de obtener beneficios económicos por el acceso que tiene a Bill Clinton, y de utilizar esta posición privilegiada para desarrollar Teneo, su propia sociedad de asesoría. Tales prácticas se encuentran en el entorno de Hillary Clinton : sus allegadas Cheryl Mills – creadora del Grupo BlackIvy – y Huma Abedin han ocupado, simultáneamente, cargos en la administración federal y en la Fundación Clinton. Superando la polarización extrema de la campaña, esta porosidad estructural podría indicar una redefinición de los límites del campo político desde arriba. Por consiguiente, la fachada filantrópica no sabría ocultar esta recomposición del poder que reposa, en última instancia, sobre la estrecha interlocución de fuertes intereses.
Referencias
Bishop Matthew, Green Michael, Philanthrocapitalism. How Giving Can Save the World, New York, Bloomsbury Press, 2009.
Clinton William J., Giving: How Each of Us Can Change the World, New York, Knopf, 2007.
Fahrenthold David A., Hamburger Tom, Helderman Rosalind S., « The Inside Story of How the Clintons Built a $2 Billion Global Empire », The Washington Post, 2 juin 2015.
Paule Clément, « La santé publique à l’heure du capitalisme philanthropique. Le financement dans les PVD par la Fondation Gates », Passage au crible (14), 11 fév. 2010, disponible en: http://urlz.fr/4roD
Sack Kevin, Fink Sheri, « Rwanda Aid Shows Reach and Limits of Clinton Foundation », The New York Times, 18 oct. 2015.
Schweizer Peter, Clinton Cash: the Untold Story of How and Why Foreign Governments and Businesses Helped Make Bill and Hillary Rich, New York, Harper Collins Publishers, 2015.